martes, 6 de mayo de 2014

Grandes momentos en la ópera (VII): Una griega, un búlgaro y un austriaco

Para explicar el curioso título de esta entrada, nos tenemos que ir al Año Verdi de 1951. Se cumplían cincuenta años de la muerte del gran operista italiano y su patria iba a celebrarlo como merecía. Además se iba a iniciar un gran trabajo de redescubrimiento de obras maestras que habían caído injustamente en el olvido.
Hoy vamos a recordar una de estas obras, pero antes presentemos a los tres principales actores de esta historia. Vayamos primero con la dama.

Maria Anna Sofia Cecilia Kalogeropoulou, había nacido en Nueva York el 2 de diciembre de 1923. Su padre, griego que había emigrado a Estados Unidos, cambió en 1929 el apellido de la familia por el más sencillo Callas. Así que nuestra griega no es otra que Maria Callas en los comienzos de su brillante y, lamentablemente, breve carrera. Aunque ya era una cantante conocida en 1951 todavía no había alcanzado la fama que merecía. Las Aida del Palacio de Bellas Artes de México y de la Scala de Milán, junto a la representación de la que luego hablaremos, marcaron el definitivo punto de inflexión. A partir de 1952 se la conoció mundialmente como La divina. Maria Callas alcanzó su plenitud durante los años cincuenta, pero pronto comenzó su deterioro vocal, que suplió con una mayor madurez interpretativa. Se retiró de los escearios en 1965, con sólo cuarenta y un años. Falleció en París el 16 de septiembre de 1977. En esta corta carrera nos dejó imperecederas recreaciones de Traviata, Norma, Tosca, Lucia de Lammermoor, Aida, Rosina en Il Barbiere di Siviglia o Leonora en Il Trovatore. 

Maria Callas con su profesora Elvira de Hidalgo (1954). Museo Maria Callas de Technopolis (Atenas)
Boris Christoff nació en Plovdiv (Bulgaria) el 18 de mayo de 1914. Cantó en el coro de la Catedral de Alexander Nevski, donde demostró tener un talento superior. Estudió en Italia con Riccardo Stracciari y en la convulsa Centroeuropa de los años cuarenta acabó internado en un campo de concentración por los nazis, al negarse a formar parte de ellos. Al finalizar la guerra, la carrera del bajo búlgaro empezó a lanzarse internacionalmente, tanto en papeles eslavos, inolvidable su triple participación en Boris Godunov de Mussorgsky (¡grabó en dos ocasiones los papeles de Boris, Pimen y Varlaam!); como en papeles italianos, resultando ser el bajo verdiano más destacado del siglo XX. Los problemas con el régimen comunista de Bulgaria hicieron que nunca volviese a cantar en su país después de 1945. En Estados Unidos se le denegó el visado en 1950, por ser ciudadano de un país del bloque soviético, cuando iba a debutar en el Metropolitan de Nueva York. Nunca cantó en este teatro. Hombre de fuerte carácter, acabó su relación con el Teatro alla Scala de Milán en 1961 tras un enfrentamiento con, el también búlgaro, Nikolai Ghiaurov al que consideraba un niño bonito del régimen comunista. Acabó su carrera, con la voz ya bastante gastada, en 1986. Falleció en Roma el 28 de junio de 1993. Su cuerpo fue repatriado a Bulgaria y fue enterrado con Honores de Estado en la Catedral de Alexander Nevski de Sofia. Sus Boris, Ivan Susanin en Una vida por el zar, Felipe II, en Don Carlo o Fiesco en Simon Boccanegra son retratos prácticamente inigualables de estos personajes. Sobre Boris Christoff que celebra este año su centenario volveré en el blog, al menos a hablar de sus Boris y Felipe II.

Boris Christoff como Felipe II


Y llegamos ya al austriaco. Con dos personalidades tan fuertes como Callas y Christoff, nuestro vienés tenía que ser un hombre de firme carácter. Y vaya si lo era. Erich Kleiber nació en Viena el 5 de agosto de 1890. Estudió en Praga y pasó por el peregrinaje de pequeños teatros como director musical, hasta suceder a Leo Blech en 1923 en la Ópera Estatal de Berlín. En 1925 estrenó Wozzeck de Alban Berg. En 1935 dimitió de su cargo en Berlín, no estaba dispuesto a tolerar las intromisiones del régimen nazi, ni a aceptar no dirigir obras de compositores judíos o contemporáneos etiquetados como música degenerada por el régimen del terror. Kleiber no marchó a Estados Unidos como otros colegas, se decidió por Argentina, país al que emigró con su familia. Así su hijo, el pequeño Karl, se convirtió en Carlos, Carlos Kleiber. Erich Kleiber fue el director musical del Teatro Colón, en una de las épocas más brillantes de este teatro. Nunca aprendió español, pero motivaba a su orquesta con frases como ¡agárrate Catalina que vamos a galopier!. En Buenos Aires le adoraban, era el criollo lindo. Finalizada la guerra volvió a Europa. Retomó su puesto en Berlín, pero no aceptó la manipulación de los comunistas, como no lo había aceptado con los nazis y dejó nuevamente la Ópera Estatal de Berlín. En esta época grabó para Decca dos de los clásicos de la fonografía de todos los tiempos, El caballero de la rosa de Richard Strauss y Las bodas de Fígaro de Mozart. Kleiber falleció en Zurich el 27 de enero de 1956, biecentenario del nacimiento de su amado Mozart.

Erich Kleiber
Hechas las presentaciones, vamos a ver que momentazos nos iba a deparar este mágico trío. Nos vamos a Florencia, al Maggio Musicale Fiorentino. Es el 26 de mayo de 1951, en cartel I vespri siciliani (Las vísperas sicilianas) de Giuseppe Verdi, obra poco menos que ignota en ese momento.

Lo primero que sorprende es la presencia de Erich Kleiber, al que relacionamos con Richard Strauss, Richard Wagner o Wolfgang Amadeus Mozart, pero no con Verdi. Vistos los resultados, no podemos más que lamentar que Kleiber no transitara más por este repertorio. Pero sobre él volveremos más tarde.

Les vêpres siciliennes es una Grand Opera en francés, estrenada en la Ópera de París el 13 de junio de 1855. Es una obra que relata la rebelión de los sicilianos contra la dominación francesa en 1282. La obra no triunfó en Francia. Preparada la versión italiana,  cambiando el escenario al Portugal bajo la dominación española en el siglo XVII y el título a Giovanna di Guzman, porque en la Italia previa a la unificación no se hubiera podido representar por temas de censura, la obra no caló en el público. Tampoco la obra llegó a triunfar ni siquiera cuando se pudo representar, tras la unificación de Italia, en italiano y con su nombre original. No deja de sorprender, porque encierra música excelente. Quizá la causa sea el estrenarse tras la Trilogia popolare, mucho más moderna en cuanto a planteamiento dramático, y antes de obras maestras tan acabadas como Un ballo in maschera.

Sea como fuere, esta desconocida iba a hacer que el público florentino estallase en grandes ovaciones cada vez que finalizaba un número y para muestra los dos momentos que he escogido.

Por seguir el orden de la acción empezamos con el revolucionario siciliano Giovanni da Procida. Llega del exilio y al poner pie en tierra canta a su patria en el recitativo, O patria! O cara patria, para seguir evocando las bellezas de Sicilia en el aria O tu Palermo. Pero claro, Procida es un revolucionario y no pierde ocasión, en la sección central del aria, de arengar al pueblo a que se una a él para echar a los franceses de la isla. ¿Quién se puede resistir a unirse a Procida después de ese Siciliani, ov'è il prisco valor? / Su, sorgete a vittoria, all'onor! a partir de 5:06, sobre todo en la última repetición de la palabra onor, en la que nos pone en pie con esa erre final que arrastra como nadie (5:25). Boris Christoff canta este O tu Palermo con una excelente y noble línea de canto que hace estallar al público en una gran ovación.



Estamos en el acto V, al final de la obra, en la fiesta que precede a la revuelta de los sicilianos. Elena, o sea Maria Callas, da la bienvenida a todos los invitados con el célebre bolero, Mercé, dilette amiche. En fin, no voy a comentar nada, escuchadlo, disfrutad de como resuelve Callas los pasajes de coloratura desde el minuto 3:00 y haceos la misma pregunta que yo, pero... ¿cómo se puede cantar así?  




Y llegamos al director, Erich Kleiber. Hemos conocido muchas de las óperas de Verdi con excelentes voces y correctas direcciones musicales que ponían de relieve ante todo la parte vocal. Son las versiones del Maestro concertatore que conseguía que todo estuviera en su sitio. Los Tullio Serafin, Antonino Votto, Francesco Molinari-Pradelli y compañía pertenecían a esta estirpe de grandes profesionales. Desde los años setenta, gracias sobre todo a Claudio Abbado y Riccardo Muti, hemos comprobado que la orquesta de Verdi tenía mucho más que decir de lo que pensábamos, pero las voces ya no eran las de antes. Por eso cuando a un conjunto vocal espléndido se añadían los Toscanini, De Sabata, Giulini, Karajan (antes de hacer de las óperas de Verdi un poema sinfónico con voces), Solti o en este caso Kleiber asistíamos a un verdadero regalo estético. Que muchas veces el sonido es deficiente, de acuerdo. Pero... ¡qué más da! si estamos asistiendo a la verdad histórica de estas obras, y no al producto esterilizado y falto de vida de las grabaciones de estudio de los ochenta (siempre con excepciones, claro). 
De Kleiber no he elegido un momento, aquí está la ópera entera, que contó además con Enzo Mascherini (Monforte) y Giorgio Bardi Kokolios (Arrigo), buenos profesionales que quedaron empequeñecidos por dos de los monstruos vocales más impresionantes que jamás han pisado un escenario.
Si no tenéis tiempo de escuchar la obra entera, escuchad al menos los nueve minutos de la obertura para ver la calidad y precisión rítmica de uno de los más grandes de la dirección, en un repertorio que, hasta ese día, no era el suyo.



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